octubre 08, 2010

¿Porqué la vida no es a veces como en la rosa de guadalupe?


A muchos nos gusta ver éste programa mexicano de TV más allá de la religión, sinó por el mensaje que transmite, al igual que sabemos que a muchos nos gustaría que esa brisita que le ponen a las personas cuando se resuelve las cosas malas nos soplara cada momento que tengamos problemas en nuestras vidas, quizás en nuestra familia, colegio o trabajo en caso de los más grandes. Jesús antes de partir a su reino nos prometió estar siempre con nosotros hasta el fin del mundo y aún en los momentos más difíciles el se encuentra ahí.

Muchas veces esperamos que cada vez que algo nos suceda Dios actúe en él al instante, pero las cosas no siempre van a ser así. Nosotros los seres humanos estamos acostumbrados a recibir más que dar y a Dios no le gusta eso, debemos ofrecerle nuestras vidas para que Él tome el control de ellas y seamos mejores cada día, estando concientes de que los problemas son pruebas que nos ayudan a fortalecer nuestra confianza en el Señor y orarle para que nos enseñe la manera de salir de ellos.

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Romanos 8: 35. No dejemos que nuestros problemas nos atormenten, y quizás te estés preguntando: ¿Qué van a saber ellos de mi vida? y tienes mucha razón, yo quizas no te conozca a tí o a tus problemas pero de lo que sí estoy seguro es que tienes un Dios que te ama y quiere lo mejor para tí desde el momento en que fuiste creado, y si oras con fé en todo tiempo, sea cual sea tu problema Dios siempre estará disponible para tí, y aunque no sientas esa brisita sobre tí, la mano de Dios se mueve en medio de ellos y cuando sea el momento Él hará (Salmo 37: 4).

Así que no te preocupes mi querid@ herman@, y está segur@ siempre de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada te podrá separar del amor de Dios. Romanos 8: 38 - 39