septiembre 26, 2011

Mansos pero no mensos...

"He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas..."

Hace poco leí en Mateo 10: 16 ésta frase de Jesús. Es la frase en la que Jesús se propone como manso y humilde, y además como modelo a seguir. Ciertamente, no es propio del cristiano ejercer la violencia, pero tampoco es propio del cristiano el abdicar de la fortaleza. Y entonces ¿cómo conciliamos estos la superación y el liderazgo con la mansedumbre y la humildad?

Quizá nos pueda ayudar reflexionar sobre el significado original de ambas palabras. Manso no es aquel que no tiene fortaleza, porque se la han arrebatado. Manso es aquel que tiene fortaleza sobre sí mismo hasta el punto de ser más fuerte que el enojo o la ira. El verdadero manso no es el que no se altera ante nada, el que recibe todo como si la vida no fuera con él. No, ese es un apático, o un amorfo. El verdadero manso es el que ante las adversidades de la vida, las que son de verdad, las que oprimen el corazón con fuerza, es capaz de mantenerse en el bien, es capaz de hacer el bien que hay que hacer. La mansedumbre evangélica no es un acto de debilidad. La mansedumbre es una consecuencia de la fortaleza interior que se posee. Por otro lado, la humildad no es la actitud que nos hace bajar la cabeza ante todo. Humildad es una palabra que viene de la raíz latina HUMUS que tiene que ver con la capacidad de mantenerse en el nivel de la tierra, de no levantarse del suelo. La humildad, por lo tanto, es la capacidad de saber cuáles son los propios límites y cuáles las propias capacidades, cuales los propios cimientos en lo que uno puede estar firme. Por eso la humildad es contraria a la soberbia, es decir a la elevación por encima de las propias capacidades y cualidades y que construye una mentira en nuestra vida.

Ser manso y humilde no será, por tanto, señal de cortedad de espíritu, sino de fortaleza y veracidad respecto a uno mismo. Por eso estas dos virtudes son sumamente necesarias hoy día. No se puede dar verdadera superación personal si no es a base de reconocer en qué lugar me encuentro y en qué lugar debería estar. No se puede dar verdadero liderazgo si no es a base de ser fuerte primero con uno mismo. Como lo decía un antiguo refrán, “solo manda bien quien sabe obedecer bien”. Es decir, sólo es capaz de ayudar a los otros con el propio liderazgo quien antes ha sido capaz de hacerse dueño de sí mismo. Nuestra sociedad necesita de líderes. Líderes en la familia, líderes en el matrimonio, líderes en la política, líderes en la iglesia. Sólo seremos líderes verdaderos y no buscadores del propio interés, cuando sepamos ser mansos y humildes, cuando los valores interiores este custodiados por la fortaleza y la sabiduría del realismo. Si no somos mansos de esta manera… corremos el riesgo de ser bastante mensos.



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